Miguel Uribe Londoño: ¿precandidatura o síntoma de agotamiento político?
La noticia de que Miguel Uribe Londoño, padre del difunto senador Miguel Uribe Turbay, será precandidato del Centro Democrático, revela más que un simple movimiento interno de partido: desnuda la crisis estructural que atraviesa la colectividad fundada por Álvaro Uribe Vélez.
El Centro Democrático, que en su origen fue una maquinaria electoral cohesionada alrededor de la figura del expresidente Uribe y de un discurso de seguridad democrática, parece hoy naufragar en un mar de improvisación y falta de liderazgos naturales. El hecho de que se recurra a la figura de Miguel Uribe Londoño un actor prácticamente ausente de la política nacional en las últimas décadas refleja no solo la carencia de cuadros frescos, sino también la imposibilidad de consolidar una narrativa creíble de cara a las presidenciales de 2026.
La estrategia es evidente: apelar al apellido y a la memoria del fallecido Miguel Uribe Turbay para generar réditos emocionales y electorales. Pero aquí surge un problema de fondo: la política no puede reducirse a herencias simbólicas ni a la explotación del dolor familiar. El país atraviesa una de sus etapas más complejas en materia económica, institucional y de seguridad, y el uribismo parece más enfocado en reciclar nombres que en construir un proyecto serio y viable.
Además, la irrupción de Uribe Londoño como quinto precandidato en una interna que ya parece inflada, fragmenta aún más un partido que se resiste a reconocer su pérdida de hegemonía. La multiplicidad de precandidaturas es, en esencia, una muestra de debilidad y falta de cohesión: una colectividad con liderazgo sólido no necesita someter a tantos nombres al desgaste de encuestas.
Por otro lado, la pregunta técnica es si Uribe Londoño representa realmente una alternativa ideológica, o si se trata simplemente de un mecanismo de supervivencia para mantener vigente la marca política “Uribe”. Hasta ahora, lo que se observa es un intento desesperado de mantener un caudal electoral sin renovación de discurso, sin agenda programática clara y sin figuras que inspiren confianza en las nuevas generaciones.
La precandidatura de Miguel Uribe Londoño no es una señal de fortaleza, sino un síntoma de decadencia. El Centro Democrático necesita reinventarse, pero en vez de construir nuevos liderazgos y propuestas para enfrentar los desafíos del siglo XXI, se aferra al pasado y a la nostalgia. Colombia exige respuestas técnicas, políticas públicas serias y líderes capaces de articular un proyecto nacional; lo que ofrece hoy el uribismo es una muestra más de que vive atrapado en su propia inercia.