Greenwashing, marketing y poder: el lavado verde de Felipe Olave y su estadio en el Magdalena
Hay una diferencia abismal entre ser sostenible y parecerlo. En Neiva, esa línea la está borrando Felipe Olave con su proyecto del estadio en la isla Santorini. Un estadio en medio del río Magdalena disfrazado de verde, bendecido por los medios que él mismo controla y aplaudido por una parte de la ciudadanía que aún cree que progreso y cemento son sinónimos. Porque sí, Neiva necesita un estadio digno. Pero no en una isla viva, frágil, parte del alma fluvial que nos da agua, clima y vida. No en un espacio que pertenece al río, y mucho menos al capricho de un empresario.
Santorini no es un lote baldío. Es una isla del Magdalena, un pedazo de su cuerpo, donde crecen árboles nativos, anidan garzas y sobreviven tortugas de río. Allí, donde el agua respira y baja el sedimento, se quiere alzar un coloso de concreto de 15.000 sillas, luces de estadio, parqueaderos y restaurantes. Y para maquillar la herida, lo venden como un proyecto de bajo impacto, con paneles solares y captación de lluvia. Eso no es sostenibilidad. Es lavado verde: la vieja estrategia de marketing que pinta de ecológico lo que es ambientalmente inviable. Y aquí tiene nombre propio.
El discurso es redondo: “solo ocuparemos el 10% de la isla”, “el resto será reserva”, “no se usará dinero público”. Suena perfecto… hasta que uno recuerda que ocupar una isla del río es ocupar el cauce. Y eso, por ley, solo puede autorizarse si no altera el flujo hidráulico. El Magdalena no es una pista de aterrizaje ni un lote de exhibición. Es un sistema vivo que necesita desbordarse, inundarse, respirar. Olave lo sabe. Pero su estrategia no es técnica, es comunicacional. Controla La Nación y Huila Stereo, donde se publican artículos enteros sobre las “bondades ambientales” del proyecto. Hasta los titulares suenan como comunicados de su propia oficina: “Construir y desarrollar no es ir contra el medio ambiente”, “El estadio verde que cambiará el futuro de Neiva”. Eso no es periodismo. Es propaganda con luces LED.
Mientras tanto, la CAM se mueve con cautela, sabiendo que tiene los ojos del poder encima. Sabe que otorgar una licencia de ocupación de cauce para un estadio en una isla del Magdalena podría marcar un precedente nacional. Pero también siente el peso de una ciudad entusiasmada, empujada por los mismos micrófonos que a diario repiten que “el desarrollo no puede frenarse por culpa del ambientalismo”. Y es ahí donde el greenwashing se vuelve peligroso: cuando se convierte en una herramienta de presión política. Porque bajo el argumento del progreso, muchos terminan cediendo. Y la sostenibilidad se transforma en un simple adorno para justificar lo injustificable.
Detrás de los renders relucientes y los discursos de “orgullo opita” hay impactos concretos. Pérdida de hábitat para aves y tortugas de río. Alteración del flujo del Magdalena, que podría aumentar las inundaciones en barrios ribereños. Riesgo de erosión en las riberas de Neiva y Palermo. Afectación visual y sonora sobre un ecosistema que funciona en equilibrio natural. No hay panel solar que compense eso. Ni árbol sembrado en otra parte que reemplace una ronda hídrica destruida. Si el estadio se construye, la isla dejará de ser isla. Pasará a ser un parque temático flotante con nombre de sostenibilidad, pero con el corazón del río mutilado.
Neiva merece un estadio moderno, digno, vibrante. Pero no a costa del río. El desarrollo real no es el que entierra naturaleza, sino el que la integra sin desplazarla. Hay terrenos urbanos, zonas seguras, espacios periféricos donde una obra de ese calibre podría florecer sin condenar el ecosistema más valioso del Huila. ¿Por qué insistir en construir sobre el agua? Porque en el fondo, la foto aérea vende más que la ética ambiental.
El greenwashing —o lavado verde— es una estrategia de marketing que busca hacer pasar por “sostenibles” proyectos que en realidad tienen un alto impacto ambiental. Bajo esa lógica se mueve el plan del empresario Felipe Olave, quien impulsa la construcción de un estadio en una isla del río Magdalena, en Neiva. Aunque el proyecto se promociona como ecológico, con paneles solares y captación de lluvia, ambientalistas lo señalan como un ejemplo clásico de greenwashing: promesas verdes que maquillan la ocupación del cauce y la pérdida de un ecosistema vivo. Esta columna analiza cómo el poder mediático, la propaganda y la narrativa del progreso pueden usarse para blanquear el cemento y venderlo como sostenibilidad.
Si Olave quiere demostrar que su visión es verdaderamente sostenible, que empiece por lo más difícil: cambiar la ubicación del proyecto. Un estadio puede levantar orgullo, pero nunca debería pasar por encima de la ley ni de la naturaleza.


