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Los partidos en llamas..

Los partidos políticos en Colombia viven una combustión interna sin precedentes. Lo que antes fueron estructuras ideológicas con bases sólidas, hoy son campos minados por los egos, las traiciones y la lucha por el. En todos los rincones del espectro político hay fuego, y nadie parece tener la intención de apagarlo. Los partidos están en llamas.

El Pacto Histórico, que prometía ser la gran convergencia del cambio, se resquebrajó apenas cruzó el umbral del poder. Las diferencias entre movimientos y liderazgos, el distanciamiento con el presidente Petro y la falta de una hoja de ruta común después de la consulta, convirtieron la coalición en un archipiélago de intereses particulares. Lo que nació como un pacto terminó siendo una suma de fracturas.

 El Partido Liberal atraviesa también un incendio de proporciones mayores. La disputa entre quienes respaldan al Gobierno y los que exigen una oposición formal dejó al viejo partido dividido y desorientado. El liberalismo, que alguna vez fue sinónimo de doctrina, hoy se parece más a un tablero donde se mueven fichas personales que a una colectividad con rumbo político.

 En el Centro Democrático, lejos de apagarse, la guerra interna se aviva cada día más. Lejos de estar retirado, Álvaro Uribe Vélez ha insinuado su regreso activo al escenario electoral, incluso con la posibilidad de encabezar una lista al Senado. Su sola presencia reconfigura las lealtades y profundiza la disputa por el codiciado “guiño” del expresidente, que definirá quién será el nuevo ungido del uribismo rumbo a 2026. Entre sombras y silencios, el fuego amigo se convierte en la principal amenaza de su propio proyecto político.

 El Partido Verde también arde. Las expulsiones recientes de figuras reconocidas, los votos disidentes de congresistas como Jota Pe Hernández o la senadora Angélica Lozano, y la creciente distancia entre sus sectores “independientes” y los afines al Gobierno, han dejado a la colectividad fragmentada y con una identidad cada vez más difusa. Lo que alguna vez representó una esperanza de renovación política hoy parece sumido en una pugna constante por el control interno.

 Ni el Partido de la U escapa a la hoguera. Su jefa suprema, Dilian Francisca Toro, impuso recientemente su autoridad con una dureza que rayó en la guillotina política, al mandar al silencio —y prácticamente a la humillación pública— al presidente de la Cámara de Representantes, también militante de su colectividad. Ese episodio dejó claro que, en la U, la disciplina no es virtud sino imposición, y que el poder interno se ejerce con mano de hierro.

 Cambio Radical, por su parte, intenta disimular la crisis con eventos nacionales y discursos de unidad, pero la fractura entre sus liderazgos regionales y el desgaste de su figura más visible, Vargas Lleras, muestran un partido que todavía no encuentra su lugar en el nuevo tablero político.

 Y los conservadores, en teoría los más tradicionales, están igual de divididos entre el oficialismo y la nostalgia de los valores azules. Sus jefes disputan cuotas, mientras sus bases se evaporan en el desconcierto.

 Colombia presencia, casi como un espectador resignado, un incendio colectivo del sistema de partidos. Las viejas casas políticas se derrumban entre las llamas del ego, la improvisación y la pérdida de identidad. Las coaliciones se rompen, los liderazgos se diluyen y los proyectos colectivos son sustituidos por ambiciones personales.

 De las cenizas tal vez surja una nueva forma de hacer política, pero por ahora el panorama es claro: los partidos están en llamas, y el país, atrapado entre el humo y la ceniza, observa cómo se consume lo poco que quedaba de la vieja política.