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Izquierda, derecha y el país imaginario

En Colombia, la izquierda gobierna como si ya viviéramos en un país de poesías y la derecha hace campaña como si alguna vez hubiéramos vivido en un país perfecto que se perdió. Unos hablan del futuro como si estuviera a la vuelta de un discurso; los otros hablan del pasado como si hubiera sido un paraíso arruinado por “los de ahora”. Entre la utopía y la nostalgia, el país real —el que madruga, el que tiene miedo, el que cuenta monedas— queda por fuera del libreto.

La izquierda, instalada en el poder, a veces habla como si Colombia fuera un poema en construcción. Cada problema se enfrenta con una frase bonita, un hashtag, una metáfora de cambio. Parece que bastara nombrar la justicia para que aparezca, nombrar la paz para que llegue, nombrar a los humildes para que dejen de serlo. La narrativa se vuelve tan emocional, tan simbólica, que da la impresión de que estamos viviendo en un país de discursos, no de decisiones.

En esa lógica, insistir en temas de seguridad suena casi vulgar. Hay sectores que miran con sospecha cualquier conversación sobre fuerza pública, cárceles, inteligencia, autoridad, como si hablar de eso fuera traicionar la causa social. Es cierto: el país tiene una historia pesada de abusos del Estado, falsos positivos, montajes. Pero irse al otro extremo tampoco sirve. El atraco en la esquina, la “vacuna” en el barrio, la banda que manda en el territorio no se desactivan con poesía. Se necesitan políticas serias, datos, estrategia. Menos épica, más cerebro.

La derecha hace el movimiento inverso. Vende la imagen de un país ordenado, pujante, respetuoso de la autoridad, donde “la gente de bien” vivía tranquila hasta que llegaron “los de ahora”. Ese país nunca existió para el desplazado, el campesino, el que creció en la invasión sin alcantarillado. Pero la nostalgia funciona. La derecha se instala en la idea de que todo tiempo pasado fue mejor y ofrece como solución volver a un orden que, en realidad, nunca fue tan justo ni tan pacífico como lo pintan.

En su discurso, la seguridad se vuelve la respuesta automática a todo. Más pie de fuerza, más penas, más cárceles, más mano dura. Poco se habla, con la misma fuerza, de educación, salud mental, redistribución, oportunidades. El ciudadano se vuelve número en una estadística de delincuencia; el territorio, un tablero donde se mueven uniformes. La realidad social que alimenta el delito se deja para después, para otra columna, para otro gobierno. Lo urgente siempre es la “mano firme”, así cueste libertades, dignidad o derechos.

Unos se vuelven tan sociales que se olvidan de la seguridad. Otros se vuelven tan obsesionados con la seguridad que se olvidan de que gobiernan seres humanos. Unos prometen un país que todavía no existe; otros juran que se puede recuperar un país que nunca fue. Y al final, los extremos terminan pareciéndose más de lo que aceptan: viven de la emoción, no de la realidad.

Las redes sociales completaron el cuadro. La izquierda fabrica hilos, infografías, discursos emocionados que pintan a Colombia al borde de una transformación histórica. La derecha responde con videos de atracos, comparaciones selectivas, frases sobre “el país serio que perdimos”. Cada lado habla solo para su coro. El que duda es tibio, el que matiza es sospechoso, el que pregunta queda en la lista negra. Es más rentable gritarle al espejo que sentarse a ver el mapa completo.

Lo grave no es que existan miradas distintas. Lo grave es que ambos bandos necesitan mantener vivo su país imaginario para sobrevivir políticamente. La izquierda no puede aceptar que las cosas son más lentas y complejas de lo que promete; la derecha no puede aceptar que su “antes” nunca fue tan bueno para la mayoría. Sin ese cuento de hadas —futuro o pasado— se quedan sin relato. Y sin relato, en la política de hoy, casi nadie sabe qué hacer.

Mientras tanto, en el país que sí existe, la gente no se levanta pensando en marxismo o en uribismo. Se levanta pensando si le alcanza para el trapo del mercado, si el hijo llegó bien del colegio, si ese trabajo informal aguanta un mes más. Quiere que no la atraquen, pero también que el policía no la humille. Quiere que metan a la cárcel al que mata, pero también que el Estado deje de matarla de hambre. Quiere derechos y quiere tranquilidad. Algo tan básico que parece demasiado sofisticado para los extremos.

Cuando la izquierda se niega a discutir en serio cómo se garantiza seguridad sin abusos, deja a los barrios populares a merced de las bandas, las ollas, los combos que mandan en la práctica. Cuando la derecha reduce todo a orden y bala, cierra los ojos frente a las condiciones que empujan a miles hacia el crimen o la ilegalidad. Ambos contribuyen, por acción o por omisión, a perpetuar el mismo círculo: desigualdad, violencia, respuesta simplista, frustración y vuelta a empezar.

El problema no es solo ideológico, es de método. Gobernar no es escribir un poema ni hacer un operativo eterno. Gobernar es mirar los datos, escuchar a la gente, aceptar la complejidad y tomar decisiones que molestan a unos y a otros. Es reconocer que seguridad y justicia social no son enemigos, sino piezas del mismo rompecabezas. Que no hay paz sin autoridad legítima, ni autoridad legítima sobre un país arrasado por el hambre y el abandono.

Colombia no necesita más gurús de la utopía ni administradores de la nostalgia. Necesita algo que parece menos heroico pero es más urgente: gente que piense. Que sea capaz de decir “seguridad, sí” y “derechos, también” sin miedo a perder likes. Que entienda que el país no se maneja con frases bonitas ni con mano dura a ciegas, sino con una mezcla incómoda de empatía, técnica y carácter.

Si la izquierda quiere demostrar que puede gobernar, tendrá que bajar del escenario de la poesía y entrar al terreno ingrato de la seguridad, la eficacia y los resultados. Si la derecha quiere volver a ser creíble, tendrá que entender que no todo se resuelve con fuerza, y que un país no es un cuartel sino una sociedad con heridas abiertas.

El país real no está en el cuento de hadas de unos ni en la foto amarillenta de otros. Está aquí, en presente continuo, esperando que alguien deje de usarlo como pretexto y empiece a gobernarlo en serio. No con fantasías. Con algo mucho más simple y escaso: inteligencia para decidir.

Director Cashback Company Group & Medios Asociados. Liderazgo en Centaur Group. Columnista. Estratega digital, experto en automatización e inteligencia artificial, y desarrollador de campañas digitales de alto impacto.